No me sentí incómoda al tenerte cerca, tampoco me dolió y tampoco me emocionó, fue una sensación normal, como si fueras un extraño o una persona que solo trataste alguna vez, pero solo saludas por cortesía. ¿Pero no es eso lo que nos hemos vuelto ahora? ¿Dos extraños? Quizás hayamos cambiado demasiado o tan solo un poco. Pero no es algo que vayamos a descubrir o queramos descubrir nuevamente.
Al saludarte, pensé que todo ahí acabaría y seguiríamos con nuestro día en nuestra rutina, pero al parecer era un momento en el que me llevaría más de una sorpresa, porque me invitaste un café. “Por los viejos tiempos,” me dijiste con una sonrisa algo tensa por mi posible respuesta, aunque los ojos te brillaban, yo solo pensaba en qué estaba mal en tu cabeza o que, quizás era solo una broma, pero me di cuenta de que no era cuando dijiste “¿Entonces? ¿Aceptas?”
Miré al cielo esperando que algo en las nubes aclarara mi mente, o tan solo divagando en que quizás los planetas se habían alineado para hacer mi día un poco extraño, tan extraño como tenerte al frente. Te mire nuevamente y tú sonrisa seguía plasmada en tu cara. De verdad, ¡Qué situación tan rara!
Al haber aceptado y caminar a la cafetería, mantuvimos un silencio, uno que no fue incómodo para mí suerte. Al estar sentados esperando por el café fuiste amable preguntando cómo estaba. Te respondí que estaba bien, algo extrañada porque nada de esto me lo esperaba. Pero me callé mientras seguía pensando que más me extrañaba haber aceptado venir a tomar un café contigo. En ese momento soltaste tu característica risa, y dijiste “tan honesta como siempre”, eso me ayudó a relajarme un poco en medio de mi extrañez y desconfianza. Porque ¿Cómo estar del todo relajada con alguien que ahora para ti es tan solo una persona que solías conocer?
Después de un espumoso y relajante café, nos pusimos un poco al día, sin tocar detalles tan profundos en nuestras vidas. No era lo correcto, ya no tenemos ese nivel de importancia para el uno para el otro como para confiar nuestros secretos, al menos eso pienso yo. Es que nunca fuiste alguien de guiarte por el sentido común, así que no te importó compartir conmigo algunas cosas de más.
A pesar de que intentabas que me abriera contigo como si fuéramos mejores amigos, no sucedió. Y no dejaste que eso te amedrentara, por un momento perdí la noción del tiempo hablando contigo. Y a veces, soltando alguna que otra sonrisa fugaz, mostrabas mucha felicidad por verme bien. Y cuando ya empezó a caer el atardecer supimos que era hora de partir nuevamente, por nuestros caminos diferentes, me miraste sonrientemente y me agradeciste por aceptar beber un café, por no huir de ti.
Me agradeciste por hablar un poco como en los viejos tiempos. Dijiste que, aunque ya no fuésemos nada, te hacía falta. Querías saber cómo estaba, no supe qué responder, pero solo te deseé buena suerte y te expresé que fue una tarde algo rara, pero buena y diferente. Nos miramos fijamente porque sabíamos sin necesidad de hablarlo que muy difícilmente nos volveríamos a ver. Nos despedimos y deseamos lo mejor, para seguir nuestro camino sin mirar atrás, porque ya no hay razón para hacerlo.
¡Qué día tan raro el de ayer!
Romina Atencio