En cualquier momento de tu relación podrás compararla con el inicio y te darás cuenta de que absolutamente nada es igual. Es normal, todas las relaciones cambian, pero cuando todo lo que te hacía sonreír mientras volvías a casa se esfuma por completo, hay algo preocupante a lo que debes prestarle atención.
Las citas ya no te incitan, los tragos ya dejan de ser emocionantes, las pláticas se apagan y suenan forzadas. No existe ya esa magia que existía entre ambos, y la verdad no sabes si eso te causa tristeza o te da igual. Se acabó.
Algunas veces, la relación puede volver a surgir, pero tiene que ser un esfuerzo de dos, no de una sola persona. Pero ahora sientes que no hay mucho que hacer, y si hubieran pasos que seguir, el desgano mantiene tus manos cruzadas. Es porque ya todo terminó.
Comienzan las peleas, se hacen más frecuentes. Ambos están menos atentos a los momentos juntos y más atentos a la molestia que se causan. Es un ciclo vicioso que se alimenta cada vez más, y es entonces cuando el orgullo y las peleas terminan por acabar con tu sentido de la dirección. Ya no sabes hacia dónde se dirigen y si de veras deseas estar junto a él.
Sientes que el momento está por venir, tarde o temprano. Todo va a terminar, y a veces ruegas que sea pronto. Odias las conversaciones, se sienten como esos exámenes eternos para los cuales nunca estudiaste. Las mismas palabras de disculpa se repiten una y otra vez como una letanía hasta perder el sentido y desafiar el significado de cada sílaba. No puedo hacerlo más, esto se acabó.
Finalmente, te atreves a tener esa pelea con la que se acaba todo. Te molestas y no miras hacia atrás, sabes que más tarde podrás lamer tus heridas, pero por ahora solo necesitas ponerle fin a todo…
“Ya no quiero estar contigo”… lo dijiste. Y las palabras brotaron tan naturalmente que te dolió a ti misma. Luego, todas tus respuestas son “no”, aun cuando algunos de sus argumentos parezcan razonables. Todo se ha terminado.
Y luego llega un silencio… un silencio vacío en el que empiezas a llorar y no te enteras del por qué. Un silencio que se mezcla con tu piel y se mantiene como un fantasma en tu habitación, tomando el lugar que él ocupaba. Un silencio que se mantiene, que te irrita y te abruma, pero que resulta ser mejor para ti que seguirlo escuchando.