Me miraste, eso era lo único que necesitaba. Sentí esos ojos castaños que tienes recorrer mi rostro, como buscando una explicación a una aparición. Esa mirada que sentía como seda suave recorriéndome la piel. Esa mirada que buscaba descifrar el acertijo que era yo para ti. Pero el verdadero acertijo eras tú.
Esa mirada tuya fue el momento en que te vi flaquear. Antes de eso eras para mí un imán que me atraía con el poder magnético de tu indiferencia. Esa falta de interés que me arrastraba hacia ti, que me llevaba en dirección a tu alma. Parecías plano como un papel blanco que no transmite ninguna idea, pero que al hacer fluir las emociones las absorbe todas. Contradictoriamente, eras un bloque de frío hielo que me transmitía calor con la fogata más ardiente. Pero no respondías. Así más me dirigías a ti.
Luego miraste, como si todas las emociones que quería volcar en ti hubieran subido a tu pecho, te inflaran los pulmones, te inyectaran las venas con energía. En mis dedos podía sentir la avalancha de pensamientos que abrumaban tu cabeza.
Entonces yo me pude resistir. Porque en tu mente surgía el mismo torbellino que mantenía hasta entonces en mis sentimientos. Que me hacían aparentar ser dura, pero que no lo era. Y al ver que tú, con tu insondable e inmutable actitud, cedías a mí como yo lo había hecho a tu indiferencia.
Fue cuando me miraste que perdí la voluntad de luchar contra esta fuerza arrolladora que me lleva a ti. Me dejé llevar, arrastrar, rebasar por una corriente sobrepujante que me unía a ti.
Y así me dejaste, cuando reconociste que tenías que dejarte llevar igual que yo, te fuiste. Como si fuera justo para mi sentirlo, pero no para ti. Y desapareciste, y nada cambió. Y así me dejaste, sola, luchando contra la tormenta. Y así me dejaste, desesperanzada, sin saber si debía buscarte. Y así me dejaste, sin saber si te volvería a encontrar. Y así me dejaste, esperando a que volvieras a aceptar. Y así me dejaste, con el corazón doliendo en soledad, incierta, dudando si esperarte o si olvidarme de ti. Pero la espera era dolorosa, y olvidarte era ya imposible para mí.
Autora: Alicia Polanco